Hasta hace unos días, el sirio Adonis, el autor japonés Haruki Murakami, los estadunidenses Philip Roth y Joyce Carol Oates y el keniano Ngugi wa Thiongo, eran los candidatos a obtener el Premio Nobel de Literatura 2016.

Sin embargo, después de una inusual espera, por primera vez en la historia del premio, la gente no correrá a las librerías sino a las tiendas de discos, ya que el ganador es Bob Dylan, el cantante de folk.

La sorpresa la dio la secretaria de la Academia Sueca, Sara Danius, al pronunciar el nombre, hecho que cimbró a todos los espectadores.

Dylan era de los eternos aspirantes, así como un chiste recurrente entre los más escépticos y, sobre todo, los más ortodoxos. ¿Un músico cuya única obra en prosa fue un fracaso cosechando el mayor de los premios literarios? Imposible. Pero lo imposible —y vivir a contracorriente— es lo que mejor se le ha dado a este compositor que cambió como nadie el concepto de canción popular en el siglo XX y añadió una particular dimensión poética a la música cantada.

En 2013 su nombre sonó con fuerza, a pesar de que muchos se mostraron contrarios a que un músico se alzara con este premio. Lo que es evidente es que, como letrista y músico, ha hecho méritos más que suficientes para tener el reconocimiento de la Academia por “sus experiencias poéticas dentro de la tradición musical americana”, tal como anunció la secretaria Danius.

El de Dylan es el Nobel número 109 en el campo de las letras y el 259 para Estados Unidos. En literatura, la última en recibirlo de este país fue Toni Morrison, en 1993, en una lista que también integran plumas como las de Sinclair Lewis (1930) o William Faulkner (1949).

Debido a lo extraño de la nominación de este año y contestando a la pregunta de si representa una ampliación radical de los criterios de selección de la Academia sueca, Danius señaló: “Puede parecer así, pero si miramos atrás, muy atrás, uno descubre a (los poetas griegos) Homero y Safo, que escribieron textos poéticos o piezas que estaban hechas para ser escuchadas, representadas, a veces acompañadas con música. Y aún hoy leemos a Homero y a Safo y los disfrutamos. Es lo mismo con Bob Dylan: puede y debe ser leído”.