Desde la antigüedad, el arte y la creatividad han sido el centro de la sociedad. En Grecia fue el teatro; en Roma, la escultura y la pintura; en Mesopotamia, la joyería y la alfarería; en China, la caligrafía… Desafortunadamente, con el paso del tiempo estas actividades, en muchos casos, se han vuelto meros pasatiempos o medios para hacer filantropía. Sin embargo, se ha demostrado que poner el arte en el centro de la comunidad, con actividades específicas, puede llevar a un desarrollo comunitario integral.

Más allá de la puesta en marcha de centros culturales con actividades para que jóvenes y adultos mayores “pasen el tiempo” (solución ofrecida cuando se propone la cultura como recreación), lo que se requiere es el desarrollo de programas bien planeados, enfocados a resultados medibles y que demuestren un progreso en la comunidad intervenida.

Es claro que difícilmente habrá una crítica dentro del gobierno que administra y maneja dichos programas, pero debiera ser posible evaluar y apoyar proyectos culturales civiles que no se implementan en las comunidades o que, una vez enfilados, terminan cancelándose por falta de apoyo (humano y económico). Cuando esto se ha logrado, ha habido ejercicios interesantes que no por ser artísticos han resultado menos complejos, con resultados nada deleznables.

Por ejemplo, en 2011 la Dirección Nacional de Policía de Noruega, en colaboración con el sistema judicial, con pedagogos y expertos en performance, elaboró una guía para la intervención policial por medio del diálogo que buscaba promover la responsabilidad y el cambio positivo mediante conversaciones guiadas entre policías, niños y jóvenes.

En un caso similar, el programa PALS (Police Activity League Supporters) realizó una campaña para recaudar fondos que permitieran pagar un año de actividades extracurriculares y de fines de semana para niños y adolescentes. Este programa busca reunir a elementos de la policía, artistas, escritores y deportistas para que actúen como agentes de cambio culturales en comunidades donde niños y jóvenes son vulnerables a las pandillas.

Programas como estos, que pueden encontrarse en muchos países, son el resultado tangible de políticas públicas culturales que surgen en las altas esferas del gobierno y que están pensadas para cubrir necesidades reales y específicas de la sociedad y no solo para justificar el presupuesto. Tal vez, si México desarrollara programas de este tipo, podríamos ver el arte como un pilar para una sociedad sana y no nada más como un lujo de unos cuantos.