En días pasados, la Cámara Argentina del Libro, presidida por Luis Quevedo, presentó su informe anual. Entre los datos presentados, saltan dos a la vista, que si bien podrían parecer contrarios, resultan indicadores complementarios, dos caras de una misma moneda a las que deberían prestar atención el resto de los países latinoamericanos, pues son situaciones a las que varios de ellos se enfrentan.
A pesar de esta explosión creativa, el segundo dato significativo es que la producción de ejemplares disminuyó en 35%, y a esto se suma el daño que causa a la industria el que muchos de estos se encarguen a terceros países.
Sin duda, estos indicadores deberán sentar la base para la planificación de políticas públicas que fomenten no solo la producción, sino el consumo de libros, ya sea promoviendo la lectura o apoyando a librerías y puntos de venta, pues es innegable que mientras los números de las novedades van a la alza, el espacio destinado a su venta no se está ampliando a la misma velocidad. De hecho, La Nación menciona en su nota que, extraoficialmente, las ventas en librerías tuvieron un descenso de 10% en el primer trimestre de este año.
En este análisis y la reflexión que le sigue, intervendrán muchos factores, como el uso de nuevas tecnologías, modelos diferentes de impresión, campañas de apoyo a libreros y productores nacionales y otras posibilidades más, entre las que los participantes de la cadena del libro deberán elegir y pronunciarse, a fin de lograr un equilibrio en la industria, sobre todo ahora que se han levantado las restricciones al dólar y las barreras a la importación, por lo que el mercado, presumiblemente, se verá inundado de títulos extranjeros, mientras que los nacionales no cruzarán la frontera tanto como se quisiera.
@autumnopera
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