Yo no veo sino aciertos y oportunidades en el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. Claro, opino no como crítico literario, sino como promotor del libro y la lectura. Un premio, y menos el Nobel, nunca es para darle gusto a todos. Si se lo hubieran otorgado a Murakami, que era uno de los favoritos, también habría muchos indignados. Esos galardones suelen favorecer a los autores y a las casas editoriales. En este caso, de pronto el mundo se levanta y se percata de que ha estado escuchando poesía cotidianamente. Y no cualquier poesía, sino la de un autor laureado. Y no de cualquier autor, sino uno que ha incidido en el cambio de paradigmas culturales en la segunda mitad del siglo pasado y cuyas consecuencias seguimos disfrutando. Eso es algo que podemos y debemos aprovechar.

Hace muchos, muchos años, mi madre, que enseñaba inglés en la UNAM, les puso a sus alumnos la obra Jesus Christ Superstar y, a partir de las letras, impartió sus clases. Los alumnos se sorprendían al escuchar rock en la clase. Acababan entendiendo el texto, cantando algunas rolas y buscando otras, de otros autores. Descubrieron el placer de comprender. Con Dylan hablamos de una literatura muy superior, aunque sencilla y al alcance de todos. Creo que si abordamos este premio con sensibilidad e inteligencia, podemos abrirle los ojos a muchos y aprovechar para que el gusto por la poesía vuelva a ser popular. Lo simple lleva a lo complejo. De Dylan uno puede pasar a leer a otros poetas.

Pensé que había muchas posibilidades de que esta vez se lo otorgaran a un poeta, pues hacía años que no habían reconocían la poesía, pero supuse que la elección se daría entre Ko (Corea del Sur) y Adonis (Siria). Pasé de largo el nombre de Bob Dylan, pues su presencia en la lista me parecía una suerte de broma, lo confieso. Hoy, sin embargo, veo por primera vez que un Nobel puede ser muy útil a quienes bregamos por la cultura en general y por la lectura en particular. Como editor de poesía (más de un tercio del catálogo de Ediciones del Ermitaño está dedicado a ese género), veo con gran satisfacción esta decisión de la Academia sueca, conformada por 18 miembros, seis de los cuales nacieron después de 1950, es decir, son relativamente jóvenes, y cinco más después de 1940. Es decir, la mayoría debió de haber vivido activamente los inicios de la revolución cultural del rock.

Hay mucha tela de dónde cortar, así que seguiremos reflexionando.

 

Alejandro Zenker